miércoles, 3 de marzo de 2010

Oficio

La última persona abandonó el lugar y su día de trabajo había terminado. En la caja halló algo de dinero y como cada día, sacó gran parte de éste, colocándola en su billetera llena de imágenes. Cambió su atuendo para depositarlo en el asiento trasero de su vehículo, tapado en bolsas. Lo miró un par de veces antes de girar la llave y ponerlo en marcha. Unas cuantas personas lo saludaron al pasar, supuso que le había arrojado una sonrisa porque no lo molestaron más.
Las horas avanzaron y la noche más oscura se daba a cabo, no había luna y eso permitía que los pájaros nocturnos anduviesen tranquilos por las calles. Llegó a un pequeño pero lujoso bar donde le ofrecieron la misma botella de ginebra que en otras oportunidades y su caja de puros importados.
Varias copas después, marchó al baño a botar su borrachera, su última cena, para absorver por su nariz su comida de noche y darle así, un segundo aire. De vuelta en la barra, una mujer de pelo iluminado y olor a champagne barata le sonrío con sus labios que, según él, le sugerían algún valor. La mujer se posó en su oreja, eso bastó, para que él se pusiera de pie y dejara unos billetes encima mientras se paraba y la mujer lo siguiera moviendo sus largas piernas apretadas por las calzas blancas.
Le abrió la puerta de al lado y comenzaron a dar vueltas por la ciudad burlando algunos semáforos, no era importante, menos cuando ella lamía su cuello y lo tocaba por todos lados hasta encontrar su juguete y comenzar la diversión.
El auto se detuvo en un mirador del centro, bastante lúgubre e idóneo para compartir sus secretos. Las manos de él la tocaron por fuera, también por dentro, provocando la mayor lujuria en ella, deseándolo y teniendo sexo en el asiento de atrás por unos cuantos minutos, sobre las bolsas y su vestimenta de trabajo. En uno de sus tantos gestos de líbido, la mujer rompió las bolsas y cambió su gemido de placer por uno de asombro, inconsciente de su acto, de la inesperada furia que produjo sobre su deseado hombre. La golpeó hasta silenciarla y dejarla abandonada en medio de la nada, rápido y sin errores puso el auto en circulación, deteniéndose a la mitad del camino para limpiar las manchas de sus deseos y llegando a casa para recostarse pasivamente en su casa con su traje al costado, acariciándolo.
Al amanecer limpió su cuerpo, dos niños habían tocado la puerta de su hogar para ayudarlo a colocarse la sotana, ya era Domingo y debía dirigir la misa, donde estaban los fieles esperando ser escuchados por el emisario de Dios.

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