lunes, 1 de febrero de 2010

Che

Llevaba en Chile casi tres años, le dijeron que la gente gana muy bien en corto tiempo y eso era agradable a su imaginación. El tiempo, costaba sentirse tranquilo por aquella palabra, el alejamiento se hace cada vez más duro a medida que los minutos avanzan. Minutos, que no estaba dispuestos en desperdiciar separado de su mujer. Se habían jurado amor eterno en un pequeño encuentro entre ambas familias, no deseado por los demás integrantes de ésta, diferencia de personalidades decían
unos; amor ciego decían otros más resignados.
Cruzó la cordillera junto a seis argentinos con la misma rebeldía y la misma causa, pasando frío por los senderos y calor sofocante por los desiertos, la naturaleza le provocó una enorme enfermedad que lo tuvo a pasos de olvidarse de la vida, anónimo en simples intentos. Aún así, mantuvo sus pasos hasta llegar a Calama, donde debía buscar a Don Aurelio, amigo familiar de su mujer, rogándole una oportunidad en las profundidades de Chuquicamata. Este último le advirtió los sacrificios que tenía el trabajar en las minas, los riesgos y efermedades posibles. Escuchó, pero hacerle caso sería pasar por alto cada piedra, cada camino y cada persona olvidada.
Llevaba una semana en la oscuridad, sin hablar con nadie o, mejor dicho, todos lo ignoraban, sabían que no era de estas tierras, algo en ellos les decía y se transformaba en una amenaza imaginaria casi real por el agobio de cada obrero, sin saber que no le importaba escalar puestos, sino cruzar al año la frontera por la puerta grande.
Mientras estaba afuera, leía las ocasionales cartas que mandaba su amada, mandando aliento y algún contacto humano. Se estaba poniendo flaco, comía cuando ya no daba más de hambre. Por las noches conversaba con Don Aurelio sobre el trabajo, dándole consejos de como manejarse mejor en las minas. Entre tanto hablar y enseñar, le advirtió que no se involucrara mucho con sus compañeros y mucho menos hablase con su acento, ellos creían que debían ser todos iguales, que el trabajo era escaso y que un extranjero viniese a tocar sus tierras no era nada menos que una señal de aprovechamiento y eso termina en combos por estos lados.
Atentamente hizo caso, no quería problemas, ya tenía suficientes en su mente.
Sus compañeros sentían curiosidad por el monosílabo, cada pregunta que se le hacía se respondía con una palabra de cortesía,ya no tenía muchas ganas, más aún, se notaba angustiado, a medida que los meses transcurrían, su mujer no mandaba cartas tan seguido, aumentando su anhelo por marchar luego, pensó que tal vez eso quería ella, motivarlo a regresar lo antes posible.
Entre tanta pregunta a su persona, un día se le escapó el che en pleno trabajo, sin darse cuenta, ya tenía a cuatro pegándole por la espalda dejándolo moribundo. Le dijeron a Don Aurelio que había tenido un accidente y en lo posible no debía volver a
trabajar adentro. Estuvo un mes sin hacer nada, sin recibir cartas y agotando sus últimos días de plazo para lo que había prometido. Don Aurelio notó su desesperación y lo dejó a cargo de la botica, ganando menos y estancando su regreso. Se aburría más, no hablaba con nadie, sólo se dedicaba a entregar los encargos y a mirar como el calor sofocaba a cada persona que se dignaba a salir. La gente tampoco buscaba hablarle, le decían el che, palabra delatora, que nunca más prometió decir, menos a personas que ignoraban su presencia.Así vivió los dos siguientes años, un fantasma más del desierto, uno más que dejaría su carga en el calor de las tierras y en el frío de la gente como decía su único vidente, don Aurelio. Había perdido noción de si, algo hacía en aquel lugar y ya no buscaba pensar el por qué. Un día, después de comer notó que en el estante de su trabajo se encontraba un pergamino de esos que guardaba bajo el colchón junto al dinero que no gastaba, leyó, leyó y volvió a leer, salió corriendo en busca de su viejo amigo, le entregó la carta, este la hojeó un par de minutos, ambos se miraron para luego darse un abrazo en silencio. Aurelio le entregó unas llaves, hace algún tiempo le prometió regalarle su motocicleta buscando alegrarlo un poco y darle alguna esperanza .
Ya habían pasado tres años, su mujer había señalado que la pena consumía sus palabras, aunque ya no podía soportar su ausencia y los epitafios de sus familias que lo daban por muerto. Tenían razón, hasta ese minuto que se subió a la moto poniéndola en marcha. Había perdido el calor completamente y la gente lo miraba al pasar, lo sentía. El sol no opacaba tanto al cielo, menos cuando había dejado a sus compañeros de mierda en lo negro, a sus familias viendo pasar los años en el mismo sitio. Su mujer, se acordó que tenía mujer, era alta con el pelo liso y largo, aún así su mirada era lo que le sacaba sonrisas aunque fuese imaginándola, no habría nada mejor que verla de nuevo.


Al pasar por la plaza, divisó una pareja haciendo el amor, el hombre la tapaba con su camisa y ella, tímida, envolvía su cuerpo con un cobertor. El esplendor se notaba, la libertad afloraba por los residuos de sus deseos. Esa libertad de que de hoy en adelante sería su lema.



¡Seguí culeando che! - dijo al viento en dirección a la frontera por la puerta ancha.

1 comentario:

  1. Seguí libre che!
    movete cn el viento
    saltá con alegría
    conmoveté por la vida que es bella..

    sonreí =)

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